Arquitectura contemporánea. Estética
y experiencia de lo urbano.
“Shop windows are the mass
media of the city” Walter Benjamin
Uno. Anti-arquitecturas
Pensar la Arquitectura hoy
es posible sólo a condición de pensarla como no-arquitectura. Situar esta
noción, corporizarla, exige proponer una serie de lecturas que den cuenta
de la inversión sufrida por el objeto arquitectónico y la proyección de
éste en el conjunto de trazados que vienen a significarlo, es decir, en
un espacio urbano desprovisto de dimensiones en el sentido clásico de la
identidad del lugar y el territorio; es decir, en un espacio sentido como
desecho.
Respecto al proyecto histórico
de la arquitectura ligado a la voluntad moderna, cuya inauguración establecida
por los maestros de la vanguardia proponía una instalación de objetos reflexivos
orientados por un proceder científico, que en sus más exactas consecuencias,
debía transformar la vida; la nueva arquitectura presenta un insistente
camino de vaciamiento.
La arquitectura moderna en su
determinación histórica se erige desde el convencimiento de la crisis del
objeto arquitectónico, situando su praxis sobre la percepción de la existencia
de una fisura que se abre irreversiblemente entre la génesis de la ciudad
y el territorio y la producción de objetos arquitectónicos. Esta producción,
elocuentemente coludida con las condiciones de la producción de masas,
se mueve hacia un decisivo aislamiento del objeto arquitectónico, el que
va perdiendo en ese aislamiento, relación con el entorno urbano.
Este movimiento, propio de la
modernidad, revela la crisis del objeto ya aludida, la que debe ser superada
asumiendo con cada proyecto, la reconstrucción desde el objeto de las referencias
a la ciudad y a la totalidad urbana. Así, observamos un esfuerzo significativo
por construir con la condición de re-construir algo como un lugar, que
en el horizonte de la sociedad industrial y sus producciones múltiples
y aceleradas, se siente como perdido.
La arquitectura actual, hoy se
nos revela como la opción sistemática de un pragmatismo negativo que acelera
la inhabitabilidad de las ciudades contemporáneas,
caracterizadas por un creciente proceso de desintegración y desarticulación,
tanto de la experiencia del espacio y del objeto como de la identidad cultural
e histórica, sin mencionar lo concerniente a la vida social y su disgregación,
cuyo síntoma más elocuente es la proliferación de las desafecciones.
Desde la perspectiva señalada,
la imagen de la ciudad ya no es legible como un tejido de signos (paisaje),
en que los símbolos y formas, en sus manifestaciones variables puedan,
en efecto, ser interpretados de acuerdo a una topología de significaciones
y funciones que hacen posible la comprensión de los símbolos de la cultura,
de las instituciones y del poder, de los múltiples sistemas de identificación
y desidentificación del individuo con la realidad.
Comprendemos entonces, que se experimente una desaparición en este proceso
irreversible de mutaciones e intercambiabilidades
infinitas que no hacen más que consolidar la figura de la inpertenencia y de la pérdida del lugar. Sin legibilidad,
o anulada esta, los símbolos y los signos pierden su poder y sus efectos,
vagando en derivas permutables, despliegan el señalado paisaje de desafectos.
En relación a la arquitectura
histórica, cuyo fundamento esencial fue la incuestionable capacidad de
la forma para configurar significaciones dotando al entorno de contenidos
como proyección de las posibilidades de la forma, ya el momento moderno
reconoce una crisis de esta concepción, traduciendo su cuestionabilidad al territorio del objeto arquitectónico
aislado. Inscrito en el espacio como “su crisis”, vendrá a alimentar
experimentaciones donde el objeto, sometido a las cirugías más diversas podrá
proyectar una nueva habitabilidad en la medida en que, asumiendo la producción
de masas, y atendiendo a sus exigencias, extenderá su posicionamiento del
lugar disuelto en un proyecto. Proyecto es, obviamente, la creación o fabricación
de un entorno artificial que dará sentido al objeto aislado, protegiéndolo
de su aislamiento, es decir, creando las condiciones de inserción, ya sea
de la proyección de la forma en la naturaleza, imitándola y así, afirmándola,
o distanciándose de esta para, en su hermetismo e indiferencia, constituirse
en pura cultura.
Sabemos que en la historia estética
de la modernidad y la tardo modernidad, la forma
(no sólo arquitectónica) sufre una aceleración. Aceleración que, en el
límite, conduce a su más profunda identificación con lo informe o premórfico, o en su versión estructural se absolutiza en la consistencia ilimitada de lo puro.
Recordamos esta aceleración ya que, por lo menos en lo que a la arquitectura
respecta, ambos fenómenos presentarán modalidades que en su constitución
polarizada, pretenderán ser el origen de un paisaje cuyos contornos se
hacen, a diferencia de la sistematización que aludimos, cada vez más difusos.
La ausencia de nitidez se manifiesta
de forma explícita en la desprovisión de significados,
pues, lo urbano, en su heterogeneidad contemporánea deja de lado todos
los contenidos o estos resultan irrelevantes para la constitución de un
proyecto a habitar. Con todo, podremos nominar estas arquitecturas como
monumentos de la desolación.
Si admitimos que el diseño funcional
del entorno, orientado a crear, insistimos en ello, las condiciones de
sentido para el objeto arquitectónico aislado, producirá ligazones entre
los distintos espacios formales o normativos de la circulación urbana bajo
la modalidad del entramado espacial definido como organización de los barrios,
funcionalidad del transporte, concentración comercial o zonificación; todas
estructuradas como estrategias de unión al modo de redes de comunicación
que, opuestamente a su función, erigen la confusión descomponiendo, desintegrando
y aislando sistemáticamente cada lugar en múltiples lugares, hiperespecializando el sitio en un circuito de multilocalidades. Asistimos así, a la escenificación
de figuras de la desolación en la forma de colecciones de ruinas, de colecciones
de instalaciones diversas y plurales que desintegran los posibles nudos
de relación, vividos como teatralidades de lo pasajero.
Dos. Interioridad-exterioridad.
Presencia-despresencia.
Consideraremos la historia de
la arquitectura moderna, como la historia de las relaciones entre arquitectura
y ciudad. Estas pueden comprenderse como un desarrollo de etapas que intenta
controlar la ciudad mediante procedimientos puramente arquitectónicos (planificación).
Le Corbusier representa el paradigma de este
proyecto a nivel de la escala monumental universal (vanguardia), legitimándose
en la formulación de modelos de organización urbana. Observamos en ello
una renuncia; adoptando, los métodos de la fabricación industrial, a la
relación entre el objeto arquitectónico autónomo y a su contexto concreto,
rebasando los conceptos clásicos de espacio y lugar.
Desde los medios de producción
artificiales presenciamos el desenvolvimiento de la ciudad al modo de la
instauración de una morfología definida por el establecimiento de series
que eliminan o desprecian toda jerarquía espacial, produciendo un espacio
homogéneo. De acuerdo a estas condiciones verificamos la instalación de
un espacio de la indiferencia o de la indiferencia urbana: fenómeno que,
evidentemente, promueve el anonimato y hace de éste su característica
esencial.
Constatamos así, la desaparición
de lo público y lo privado, o más exactamente la anulación de estas categorías
de organización del espacio habitable. Lo público desaparece en una multiplicidad
de microespacios privados (dominios privados) o dominios parciales de dominio
público. Podemos también advertir esta transformación en la transferencia
virtual de lo público en la transmisión electrónica, donde asistimos al
radical desplazamiento del habitat privatizado
o semiprivatizado por los medias. Allí lo social
se manifiesta en una desaparición permanente bajo las formas de un espacio
fracturado.
Podemos afirmar que la experiencia
de la ciudad contemporánea, se define por la presencia difícilmente soportable
de la violencia iconográfica de los medias,
la que entrega una apropiación mediatizada de la realidad urbana. Deshaciendo
las concreciones en imágenes cuya fugacidad es tan violenta como la rotundidad
de su presencia. Así, percibimos el espacio exterior de la calle como espacio
interior, entendiendo que se ha producido una destrucción radical del espacio
público o una disolución de éste en la transferencia de la interioridad
a la exterioridad donde, se fusionan urbanísticamente
en una calle interior ( pasajes) los símbolos del consumo: tiendas, restaurantes,
cafés; reagrupados en un conglomerado unidimensional. Lo señalado permite
considerar procesos de desintimización del
espacio o una destrucción de los espacios de intimidad, al intercambiarse
positivamente lo público y lo privado y, con ello, los ritos ligados a
su constitución específica.
Comprendemos en esta dimensión
la presencia de los Malls, como espacios de
mundos introvertidos, clínicamente estériles, cerrados hacia la ciudad y
que en esta incomunicación escapan a toda intervención y vigilancia, a toda
planificación y control. La irracionalidad del espacio público que reclama
la estetización ( puesta
en escena) de la ciudad, se realiza en el interior de las construcciones
prolongándose en la definición de los interiores. En la obra de Wright, Museo Guggenheim,
advertimos como se funde el espacio exterior en una calle interior, cuyo
modelo se encuentra en los garage-parking,
fusionando un conjunto de lugares públicos en una calle interior propicia
al flanneur, en un acontecimiento mediático que
simula los espacios públicos urbanos privatizándolos como refugios permanentes
que permiten escapar a las condiciones reales de la ciudad. La calle, cuya
emancipación formal se produce a fines del siglo XIX como modelo de orden
y con fines estratégico-militares, llega a un nivel de desarrollo como
el último grado de un espacio de desecho.
Tres. Otras consideraciones.
Respecto a lo señalado en las
líneas anteriores, establecemos que el movimiento moderno diseña patrones,
mientras que el momento actual dibuja escenarios. La ciudad es, en el fantasma
postmodernista, una colección de
instalaciones diversas de las que se obtiene una experiencia fragmentada.
En sus dimensiones clásicas la ciudad para habitar se ha transformado en
una ciudad para visitar ofreciendo un repertorio de estilos que simulan
un parque de diversiones. El hombre contemporáneo desarraigado del lugar
vive el espacio exterior como inhabiltable y
en el extremo, inocupable. Al modo del conductor,
o el turista, el habitante experimenta la ciudad mediatizada por los medios
de información que la actualidad dispone: televisor, guía turística, radio;
definiendo una existencia de seres sin aposento.
En cuanto totalidad la ciudad
ya no existe y en nuestras condiciones actuales de la cultura de la imagen
se ha venido a agregar una nueva producción de imagen; la imagen de la
construcción sorprendente (Guggenheim Bilbao),
y al autor el lugar del showman. Uno y otro, autor y construcción se incorporan
al circuito de lo pasajero.
En estas transformaciones sucesivas,
parece decisivo, por lo menos para la arquitectura de las últimas décadas
la determinación que ejerce sobre el cuerpo formal de la arquitectura el
minimal art. Minimalismo y arquitectura viene a ser un tema especialmente
relevante en cuanto supone la especialización de la forma y su radicalización
y, al mismo tiempo despliega la discrepancia entre objeto artístico y objeto
funcional. Desprendemos como consecuencia de esta influencia el problema
de la unidimensionalidad del objeto arquitectónico
contemporáneo, que, como ha señalado Richard Serra, sólo se ocupa del desenvolvimiento
de superficies y volúmenes, descuidando el movimiento y el espacio. Pero
donde se hace crítico este momento de transferencia de modelos artísticos
ejemplarizada por la del Minimalismo a la Arquitectura,
es en la constitución de una forma ligada a la moda y el diseño. Este aspecto
nos pone en relación con una de las problemáticas más decisivas de la práctica
de la Arquitectura,
es decir, las relaciones entre Arquitectura y Arte. No sólo en cuanto adopta
modelos del arte para construir propuestas arquitectónicas sino, especialmente,
en la capacidad de la
Arquitectura para acoger el Arte, como espacio de muestra
de obras, de conservación de colecciones en fin, del despliegue de un modo
particular de existencia de las obras de arte. Por ahora presenciamos la
entronización del espectáculo.
“Frank Lloyd Wright’s broadacre city is a proposition for the whole of America.
Le Corbusier offered his city on at least four continents and if he could
he would have offered itmon five. Mies van der Rohe produced an architecture that –in his opinion-
could exist in Europe or in America. Now, the person who
generalizes is inevitably almost a fool. The time for generalizatiosis over. There are no similarities any
more between conditions. The new period, the presente
moment needs an endless repertoire of intelligent specificities, an explosion
of differences. The future will be high-specific, not general. It will
be a rule o exeptions, and only the most flexible
will be heroic. The future wil be the end of
consistency”.
Rem Koolhaas.
Construction, Re-construction, De-construction.
José-Luis
Medel.
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